Daños sin precedentes: más de 180 explosiones confirmadas en puertos, depósitos y refinerías rusas.
Rusia está entrando en una de las fases más precarias de su economía de guerra, mientras Ucrania pasa de ataques tácticos en el campo de batalla a una campaña sistemática contra los cimientos de la industria petrolera rusa. Lo que comenzó como ataques aislados ha evolucionado hacia una estrategia sostenida de presión diseñada para erosionar las líneas financieras vitales del Kremlin más rápido de lo que pueden repararse. Esta transformación refleja una comprensión más amplia en Kyiv de que la parálisis económica puede ser tan decisiva como los avances territoriales a la hora de determinar el rumbo de la guerra. La creciente integración de drones de largo alcance, ataques marítimos y sanciones internacionales está creando una presión simultánea que reduce la capacidad exportadora y la estabilidad fiscal de Rusia. Mientras Moscú lucha por contener tanto los daños físicos como las repercusiones geopolíticas, su capacidad para generar ingresos destinados a operaciones militares se ve socavada a todos los niveles —desde las refinerías hasta los petroleros de la flota en la sombra—. La situación emergente marca un punto de inflexión estratégico en el conflicto, donde la guerra económica influye cada vez más en el equilibrio de poder.

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