Los soldados rusos compran su propio equipo debido al colapso de las cadenas de suministro.
La guerra ha expuesto un defecto central del ejército ruso: surgen innovaciones, pero ninguna se institucionaliza, lo que obliga a los soldados a depender de la improvisación y la suerte. Algunas unidades desarrollan métodos eficaces para defender trincheras, mover suministros o contrarrestar drones ucranianos, pero esos métodos rara vez se difunden más allá de la unidad que los creó. Los comandantes ocultan los fracasos para evitar castigos, los oficiales subalternos no tienen autoridad para implementar cambios, y no existe una red digital unificada de mando para coordinar brigadas. Como resultado, las prácticas en el frente varían enormemente de un sector a otro, y incluso las soluciones exitosas se pierden cuando sus creadores son rotados o mueren. Mientras tanto, Ucrania estandariza, amplía y automatiza sus adaptaciones en el campo de batalla a nivel institucional. Este contraste está ampliando la brecha entre un ejército que aprende y un ejército que solo sobrevive.

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