Hoy, los acontecimientos más significativos provienen de Ucrania.
Aquí, el auge de los drones ha reescrito por completo las reglas del combate en trincheras. Lo que antes eran bastiones defensivos que podían mantenerse durante meses se ha convertido en trampas mortales, ya que los vehículos aéreos no tripulados ahora cazan a los soldados desde el cielo.

Las imágenes de la región de Donetsk muestran lo que antes se habría considerado una línea de trincheras promedio en Ucrania. Está excavada profundamente en el suelo, equipada con troneras y refugios suficientes para pequeños equipos de soldados. En tan solo tres semanas desde que se grabó el material, saboteadores enemigos llegaron a la zona y los defensores fueron expulsados en menos de un día. Pequeños drones FPV volaron directamente a las entradas de los refugios, detonando cargas explosivas sobre quienes se escondían dentro, mientras otros operadores de drones seguían a los heridos cuando intentaban escapar, lanzando granadas desde arriba. Para la noche siguiente, llegaron drones más grandes y pulverizaron la posición hasta convertirla en una serie de fosas y escombros, dejando solo unos pocos cuerpos sin vida.


Este suceso refleja la realidad más amplia que analistas y soldados describen ahora desde el frente. Los informes publicados por ARA citan fuentes ucranianas y rusas que estiman que hasta el ochenta por ciento de las bajas en el campo de batalla son causadas por vehículos aéreos no tripulados. Los analistas de CEPA explican que estos drones no son armas aisladas, sino parte de una cadena de muerte constante que conecta reconocimiento, selección de objetivos y fuego de artillería, permitiendo que las trincheras sean destruidas en cuestión de minutos.

Al comienzo de la invasión a gran escala en 2022, las tropas ucranianas y rusas cavaron trincheras que se asemejaban a las de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Eran rectilíneas y fuertemente fortificadas, con sacos de arena, madera y refugios construidos a dos metros bajo tierra. Muchas se extendían por cientos de metros y estaban conectadas por rutas de comunicación con depósitos de suministro detrás del frente.

Estas redes eran altamente eficaces contra la artillería y el fuego de armas ligeras; los soldados podían permanecer en una sola posición durante meses, rotando turnos de descanso, vigilancia y reparación. Una trinchera bien mantenida podía sobrevivir a miles de proyectiles siempre que sus coordenadas exactas permanecieran ocultas. Sin embargo, este modelo no pudo resistir la vigilancia moderna: una vez que los drones comenzaron a sobrevolar constantemente el frente, cada posición de fuego, ruta de suministro y entrada a un refugio se volvió visible. Un dron térmico a baja altitud podía detectar el calor de un cuerpo humano a cientos de metros de distancia. Las imágenes satelitales, actualizadas varias veces al día, expusieron redes completas de trincheras a los comandantes lejos del frente. Como resultado, lo que antes había sido la defensa más sólida se convirtió en un objetivo fácil para municiones guiadas y ataques aéreos.

Las trincheras en Ucrania no han desaparecido, pero han cambiado en diseño y propósito. Ahora los soldados excavan secciones más cortas, curvadas e irregulares en lugar de largas líneas rectas, lo que las hace más difíciles de detectar por los drones y más fáciles de abandonar una vez que son señaladas. Añaden entradas de refugios en ángulo, coberturas más profundas y protecciones superiores reforzadas hechas con capas de madera, metal y sacos de arena para impedir que los drones entren o arrojen explosivos en el interior.


El camuflaje está integrado en la propia estructura, con redes, follaje e incluso cubiertas térmicas utilizadas para distorsionar las huellas de calor y ocultar el movimiento de las cámaras aéreas. Las rutas de comunicación entre posiciones son más estrechas y en zigzag, mientras que los desplazamientos se realizan principalmente de noche o con niebla para reducir la visibilidad.


Según el análisis de campo de Tochnyi, las trincheras en Ucrania ahora funcionan como una red en constante cambio en lugar de líneas de frente fijas, con posiciones señuelo y entradas falsas añadidas para confundir a los drones de vigilancia, y las reales reconstruidas o reubicadas con frecuencia una vez detectadas. Los expertos de CEPA describen el frente ucraniano como un laboratorio de adaptación, donde los soldados incorporan medidas antidrones en casi todos los aspectos de la ingeniería de campaña.


Aunque se utilizan inhibidores portátiles y otras defensas electrónicas a lo largo del frente para interferir en las señales de control de los drones, la principal defensa reside en la forma en que ahora se diseñan, camuflan y refuerzan las trincheras para sobrevivir a la observación y a los ataques FPV.

En conjunto, la transformación de la guerra de trincheras en Ucrania demuestra cómo el conflicto moderno evoluciona más rápido que las defensas construidas para resistirlo. Las mismas estructuras que antes simbolizaban resiliencia y resistencia ahora representan vulnerabilidad frente al dominio tecnológico desde el aire. Los soldados cavan y luchan como lo hicieron sus antepasados, pero las armas que los buscan ya no vienen desde el campo de enfrente, sino desde el cielo sobre sus cabezas. El futuro de la guerra no dependerá de cuán profundo puedan cavar los ejércitos, sino de cuán rápido puedan adaptarse a un mundo en el que la supervivencia depende tanto de la conciencia electrónica como del suelo bajo sus pies.


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