Recientemente, los ataques con drones ucranianos se han vuelto más frecuentes, más coordinados y más difíciles de interceptar. Aunque las fuerzas rusas han utilizado de todo, desde armas ligeras hasta cazas avanzados para derribarlos, el éxito sigue siendo inconsistente. Pero detrás de esa inconsistencia se esconde un problema más profundo: los cazas rusos nunca fueron diseñados ni equipados para este tipo de guerra.

Ucrania está intensificando los ataques con drones contra infraestructuras petroleras, bases aéreas, sistemas de defensa aérea y fábricas militares en todo el territorio ruso.

Para detenerlos, Rusia lanza cazas como el Su-30SM y el MiG-29 para interceptar los drones entrantes. Estos aviones atacan los objetivos a baja altitud con ráfagas de cañón, pero estas improvisaciones revelan el problema de fondo.


A diferencia de Estados Unidos, que equipa sus aeronaves con pods avanzados de puntería como el Sniper Advanced Targeting Pod, o Francia con el sistema Thales Damocles, Rusia carece de un equivalente ampliamente desplegado. Algunos pods fueron probados en Siria y exportados a Argelia, pero son escasos en el servicio doméstico. Esto deja a los pilotos rusos prácticamente ciegos, especialmente de noche o en condiciones meteorológicas adversas.


Un ejemplo claro es la India, que opera cazas SU-30 de fabricación rusa equipados con pods de puntería israelíes Litening, que ofrecen sensores infrarrojos, designación láser y visión nocturna.

En contraste, los pilotos rusos todavía dependen a menudo de miras en el casco y contacto visual, lo que resalta que las fuerzas aéreas rusas vuelan versiones menos capaces de los mismos aviones que han exportado a otros países.

Esta deficiencia se debe en parte a las sanciones. Los pods de puntería modernos requieren microchips avanzados, cámaras térmicas y ópticas estabilizadas. Estos componentes son difíciles de producir en masa a nivel nacional. Rusia ha logrado evadir algunas sanciones comprando a países asiáticos para cubrir ciertas necesidades, pero no en la cantidad suficiente para sostener una producción a gran escala, ya que estos componentes también son esenciales para otros sistemas de armas. Más importante aún, el sector de defensa ruso no priorizaba el desarrollo de estos pods ni siquiera antes de la guerra. Kits avanzados como el Sapsan-E fueron archivados o retrasados, lo que ha dado lugar a líneas de producción limitadas y aviones que despegan para misiones críticas sin sensores modernos.
Otro problema es la tradición rusa de preferir equipos simples y resistentes en lugar de tecnología avanzada. En Siria, los bombarderos rusos arrojaban municiones no guiadas desde gran altura, a menudo con poca precisión.

Esto no se debía a la necesidad: podrían haber usado kits de puntería más precisos, pero su doctrina favorece soluciones duraderas y de baja tecnología. Esa misma mentalidad se observa en Ucrania. Según se informa, cazas rusos no han logrado derribar drones incluso a plena luz del día.

Un ejemplo es un incidente de 2023 cerca de Berdiansk, donde un Su-30 falló repetidamente al intentar interceptar un cuadricóptero que merodeaba sobre una base aérea.

Ante estas limitaciones, los pilotos rusos dependen de armas como el misil R-73, guiado por infrarrojos y diseñado para combates a corta distancia. Para usarlo, el piloto debe adquirir visualmente el objetivo, alinear el buscador y fijarlo. Sin pods de puntería, el alcance efectivo se reduce drásticamente. Los cazas deben volar peligrosamente cerca, dando a los drones más tiempo para evadir o completar su misión. Esto desperdicia tiempo, combustible y municiones, haciendo que cada interceptación sea mucho más costosa e ineficiente de lo que debería ser. Incluso si el misil impacta, es un intercambio caro: se lanza un arma de 250.000 dólares contra un dron de 20.000 dólares.

Sin embargo, no hay indicios de que Rusia vaya a comenzar pronto la producción en masa de estos pods de puntería. En su lugar, Moscú parece estar invirtiendo en guerra electrónica terrestre, cañones guiados por radar y redes de defensa aérea en capas. Estos sistemas son más rentables y no dependen de tecnologías restringidas; sin embargo, no cumplen el rol que tienen los cazas en la defensa aérea. Los drones que vuelan a ras del suelo pueden colarse por los huecos del radar, y los equipos terrestres suelen ser la última línea de defensa.

En conjunto, la incapacidad de Rusia para equipar sus cazas con pods de puntería expone una vulnerabilidad peligrosa en su doctrina de guerra y defensa aérea modernas. El problema no es solo que los drones estén logrando atravesar las defensas; es que Rusia exporta plataformas de combate más capaces que las que utiliza en su propio territorio. Esto revela un problema más profundo, no solo técnico, sino estratégico. Un ejército que construye para la durabilidad e ignora la sofisticación en sus sistemas de armas puede ganar guerras convencionales por fuerza bruta, pero la realidad moderna de la guerra con drones exige otra cosa: visión, adaptabilidad y eficiencia. Si los cazas rusos no pueden detener de forma confiable los drones ucranianos de largo alcance, entonces incluso los aviones más costosos se convierten en plataformas reactivas, persiguiendo sombras. Y en una guerra de desgaste, eso no solo es ineficiente, sino también insostenible.

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